sábado, 8 de noviembre de 2008

HOJAS DEL PASADO( I )

Una confusión total se había impregnado en mi ser, ese algo de preocupación, desesperación, ansias, y no saber exactamente qué es. Traté de tranquilizarme dándole de respirar a mis ideas con pensamientos frescos que no tuvieran nada que ver con lo que en esos momentos estaba pensando. Voy a salir a caminar un poco para relajarme -pensé- tome las cosas necesarias y me dispuse a desintoxicar mi contaminada vida. Un haz de incertidumbre se apoderó de mí inmediatamente. ¿A dónde podría ir? no poseía un solo centavo en mis carcomidos bolsillos y lo peor de todo era el simple hecho de no tener adonde ir. Podrías caminar por las calles solamente, me decía mi yo interior. Puedes sentarte en un parque, visitar un museo gratuito o lo que sea, insistía mi flamante yo interior. No me importaba nada de lo que en mi mente cavilaba en esos momentos. Pensé mucho en lo que mamá me había dicho por la mañana y de repente se me vinieron a la mente aquellos días en los que uno de pequeño se antojaba de comer ciertas cosas que las posibilidades, jamás te lo permitían. Asimismo, recordaba que mamá nos golpeaba sin contemplación, sin misericordia, sin raciocinio incluido, como si ante nosotros descargara la acumulación extraña de años y años de rencor guardado. Todo se me presentó tan claro esta vez: la imagen de mamá yéndose a trabajar. Paco mostrándome las monedas. La fuga de Paco por la ventana de la casa. El retorno de éste por la misma ventana, trayendo consigo dos magníficos helados de vainilla (de esos inmensos y especiales, Con barquillos de color chocolate y dulce). La alegría en nuestros ojos. La puerta sonando al abrirse (porque debo acotar que siempre nos dejaban encerrados con llave en un hogar tétrico, oscuro, deprimente, húmedo y frío) Nosotros deshaciéndonos desesperadamente de nuestra alegría. Mamá revisando sus cosas. Nosotros temblando no sé de qué. Mamá acercándose a nosotros con una ira descomunal. Mamá golpeando a Paco como si fuera un animal. Mamá reventándome la cara con la correa. Mamá dándole una patada en el estomago a Paco. Mamá maldiciendo el habernos traído al mundo. Nosotros acurrucados el uno al otro frente a la imagen del desamparo total. Sangrando, llorando, extraviando nuestra tristeza cada uno en la mirada inocente y tierna del otro.
Ahora por fin puedo entender muchas cosas. Hoy los hijos pueden tener los dulces que quieran. Pueden comprarse los dulces que quieran con la propina que los padres les dan. No tuvimos esa suerte o nunca hubo intención siquiera de regalar dulces a niños como nosotros que llorábamos cada vez que se nos antojaba un caramelo. Un miserable caramelo que no podíamos pagar. Mamá jamás había comprendido esa parte de nuestra pequeña historia. Desde que papá nos dejó las cosas no habían sido ni la sombra de lo que fueran cuando estaba con nosotros; aunque ese es otro cuento que por hoy no quiero contar.
Caminar me hará bien. dejaré mis penas en cada paso que se coma el camino. ¿Por qué los seres humanos tenemos una enfermedad que destroza nuestros conceptos? ¿Por qué sucumbimos ante un dolor que difícilmente entendemos?. ¿Por qué carajos una palabra puede modificar tu estado de animo? quizá nunca lo entienda y me base en la falsa filosofía de creer que una palabra es solo una palabra y que por ende, se la lleva el viento. Hay palabras que pesan tanto, que no hay viento capaz de lograr arrastrarlo y permanece en ti hasta que al fin termina por hacerte daño.
Algo así recuerdo de las sapientes palabras de mi madre cuando un día, después de mucho tiempo, le reclamé el abandono en el que nos había tenido durante gran parte de nuestra niñez. "Nadie vive del pasado" me dijo, "Aquellos que se aferran a cosas del pasado no sirven para nada". Tiene razón. Quizá por ello es que siempre me he sentido un inútil, un inservible que solo busca respuestas a cosas que jamás logró comprender. No puedo darme el lujo de juzgar nada ni a nadie; es más, ni siquiera tengo la edad suficiente para hacerlo. ¿Como un joven podría juzgar a Dios? es tan imposible de hacer como querer anochecer el día a fuerza de terquedad. Cuanta tristeza hay dentro de mí, cuanto dolor acumulado... Las casas han cambiado mucho, las calles ya no son las mismas. Los ojos se me nublan, me dan ganas de reventar mi cabeza contra cualquier pared. Llevo una rabia inmensa, una impotencia tan grande que me disloca el sano juicio. He pensado en muchas cosas. Cosas que un adolescente no debería de pensar, cosas que solo te llevan al tiempo cavernario donde cada solución era un problema mayor. Aún lloro y no me da vergüenza aceptar que soy hombre y estoy llorando... los hombres deben llorar, no porque sean mariquitas o afeminados, sino porque también sienten la necesidad de expulsar el dolor que destroza su espíritu y porque llorar, es una forma mejor de sentirse bien...