jueves, 1 de diciembre de 2011

PSICOSIS

A veces la fantasía es más fuerte que la realidad
A: Gabú



Deben estar por llegar. Sus pasos se sienten a la distancia. Sé que están cerca. Puedo oír sus balbuceos entre la gente, en mis pensamientos, en los latidos de mi corazón. Sé que están tras de mí. Han debido descubrirme hace rato. No podré seguir escondiéndome de todos ellos. Están en todas partes. Sus ruidos los oigo tan claros. Tan reales, tan contentos. Es una cacería. Sé que es una cacería porque no me consideran ningún ser humano. Hace tiempo que no soy humano. Deben de saberlo muy bien los que me siguen, porque traen perros. Sé que los traen. Puedo olerlos. Un verdadero hombre jamás se esconde tras sus problemas. Un verdadero hombre afronta la realidad por más cruda que esta sea. ¿Qué ha pasado conmigo entonces? ¿Por qué este temor cucufato que me está escondiendo de mí mismo y me oculta a mis ojos? Los actos condenan a las personas, los actos condenan a los animales, los actos condenan a los dioses. Ya están por llegar. Siento sus pasos muy encima de mis espaldas. Siento su respiración en la ansiedad de mi alma. Sé que nada me pasará mientras mantenga el silencio. Los perros aúllan a lo lejos, descubriendo el camino que mis pasos sordos han dejado. Los ladridos se confunden con algunas lamentaciones de todos los momentos que vamos condenando al olvido.

El miedo se unta en mi conciencia como si fuera una armadura que amilana mis movimientos. Mis sospechas deben ser ciertas. Deben estar muy cerca. En cualquier momento llegarán. Cuando llegue el momento, seguramente me acusarán con su dedo delator y me condenarán al peor de los castigos. Un monstruo, dirán. Dirán que algo como yo no merece vivir y entonces encenderán las antorchas y correrán tras de mí, mordisqueando las huellas que mis pasos van dejando. No quiero temer, quiero ser fuerte esta vez, no escapar de mi condena y pagar como todo hombre las consecuencias de sus actos. Están por llegar, su aliento me quema la nuca, son muchos, muchas voces entran por el lado izquierdo de mi miedo, penetran al infierno que llevo dentro. Entonces despierto, despierta el demonio que pernocta en mis adentros y ríe, como loco, ríe como condenado. Jamás me podrán hacer daño. No tengo nada apostado. La muerte es mi fin esperado. Veo aún a la criatura sorbiendo sus llantos. Crucificando sus manos a su pecho como si defendiera lo último de aquel honor que ya no está más en su corazón.

Un animal, es eso lo que soy. ¿Por qué huir si no se tiene culpa? Las bestias son condenadas a la hoguera, a la horca, al infierno. El infierno no me asusta. El infierno no es más que una utopía en el pensamiento. Maldita sea. Tengo que correr mucho más rápido si es que quiero escapar de mi destino. Mis pasos están empezando a volverse pesados y me falta el aliento para continuar mi viaje. Quiero darme por vencido, quiero dejar mi huida de una vez por todas y entregarme a esa jauría hambrienta de perros que busca mi sangre. No, no tengo culpa en la culpa. Un niño no puede ser culpable de nada. La mujer es la culpable por haberme alumbrado. Un niño no puede tener culpa para que quieran dañarlo. La mujer debe ser igualmente castigada o perdonada. Se acercan, rodean el camino y yo apenas si puedo distinguir, entre la humareda gris, toda esa trifulca de sombras que viene a despedazarme. Tenía sed. Lo juro. No me oyen y se abalanzan sobre mí bramando como toros o ríos enfadados. Ella me ofreció su seno para poder beber mis complejos. Todo intento es vano. Los palos y los golpes terminan por cegarme el pensamiento y llenar mi dolor de eterno silencio.