martes, 19 de octubre de 2010

Mirasol



El amor hace al hombre de barro y consagra su polvo a la tristeza.
Alejandro Romualdo.

Querida Mirasol.
Quisiera empezar esta letanía de una manera nueva, esporádica y sensitiva. No reconozco la noche desde tu mirada, desde un tiempo que a mí sí que me hace falta. Quizá nuestros sueños despierten muy de madrugada y ese sea el motivo exacto de tanta distancia. Marisol, me hubiera gustado tanto no lidiar con tu melancolía y soñar que, también tú, sabes amar en la vida. Los minutos descansan de vez en cuando en mis palabras y los pétalos de aquellas noches deshojadas no hicieron más que adelantar una suerte echada. Muchas veces, he sido esclavo de la incertidumbre y he buscado, en vano, la razón del sin fin de los misterios: tus misterios.

Cuánto hubiera querido ser yo aquel que pusiera su índice en tus palabras y silenciara, sin previo aviso tus nostalgias. Cuánto hubiera deseado ser arquitecto de esos sueños niños y extraños, que a duermevela llevabas soñando. No existen, en octubre, los milagros y los octubres no están en nuestras manos. También yo sueño con princesas y hadas, con dragones y espadas. Sueños que al revés de los tuyos llenan mi inocencia y me permiten descubrir que todavía puedo ser un niño. El amor siempre ha sabido ser lo que es y por lo tanto encuentra su camino, su razón de ser. ¿Recuerdas las estrellas fugaces que un día nos legaron las esperanzas? No las he podido olvidar y así en ese transe de inmediata locura he optado por dejar todo atrás. No hay momento mejor que el ayer absoluto, ni memoria más frágil que la mía, para olvidar. Yo no se si los sentimientos puedan hablar; yo no sé si cada persona tiene al lado suyo a quien se merece. Lo único que siempre quise comprender es por qué tropezamos siempre, antes de caer. Las cosas no se las dan a quienes realmente se las merecen; sino a aquellas que saben buscarlas con mayor insistencia. Más que una frase ha llegado a ser una sentencia. El tiempo sabrá determinar si cada una de las imágenes grabadas en el retórico flash, de aquella pequeña compañera, valen la pena conservar. Los ojos a veces comprenden que es necesario saber llorar; y otras veces, que el silencio no es la mejor forma de callar.

Mi querida Mirasol, en esta tarde llena de gris celestial, me he puesto a meditar sobre tu tristeza y he comprendido, al final de todo, que se debe a tu soledad. Perdóname por no haberte sabido ayudar y haber dejado atrás aquellas imágenes que me mostrabas pensando que por aquellos caminos, a alguna parte podría llegar. No soy tan bueno ni tan grande como yo creí. ¡Qué se puede hacer, la vida es así!; y aunque todavía llene mi pecho de suspiros pasados y revueltos, me he dado un minuto de reflexión, viendo planear las ideas en aquellos cielos oscuros que me regalaba la tristeza. ¿Cuánto más puede una persona almacenar dentro de sí? ¡Qué carajos importa a esta hora del fin!… los días son esclavos nuestros y nosotros, por ello, esclavos somos de nuestros momentos en el corazón.

Tu corazón era un libro que estaba aprendiendo a leer y tu espíritu (todavía libre hasta ayer), un galimatías que ocupaba mis sueños. Las tristezas son setenta y siete veces siete dentro del dolor y así, llegan a doler dentro del alma en una escala superior.

Esta pequeña descarga de tormentos, espero no sirva para resarcir tus antiguos miedos, espero también que el pasar del viejo tiempo, devuelva la luz que ayer irradiaban tus ojos.